Una sobreproducción de ácido úrico, o su deficiente excreción, provoca la hiperuricemia. Esta concentración persistente de ácido úrico en sangre por encima del umbral de saturación (6,8 mg/dl), hace que se precipite en forma de cristales microscópicos de urato monosódico que se depositan en las articulaciones y otros tejidos dando lugar a la artritis inflamatoria más prevalente de nuestra era: la gota.
La gota, si bien es una enfermedad conocida desde la antigüedad y a pesar de que se han producido avances científicos que han ayudado a su conocimiento, diagnóstico y tratamiento, sigue rodeada de antiguas creencias y falsos mitos.
Muy conocido fue el sufrimiento gotoso de Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547) y conocida la gota tremendamente invalidante que padecieron tanto el emperador Carlos I (1500-1558) como su hijo Felipe II (1527-1598). Al primero le obligó a retirarse al monasterio de Yuste y a Felipe le amargó la vida durante muchos años, siendo los últimos realmente horribles por los enormes tofos (acúmulos de ácido úrico) ulcerados e infectados que le obligaron a acomodar su dormitorio en El Escorial con balcón sobre el altar mayor, y así desde allí poder asistir a la Misa sin tener que desplazarse a la capilla.
El emperador Carlomagno (742-814), rey de los francos que fundó las monarquías de Francia y Alemania, siendo hoy considerado el padre de Europa, es muy probable que también sufriera gota, porque en los últimos años de su vida sufría frecuentes fiebres y cojeaba de un pie. Francisco de Goya (1746-1828) también la padeció de forma severa.
La gota es una enfermedad sistémica originada por el depósito de cristales de urato monosódico en el líquido sinovial de las articulaciones y otros tejidos, cuya manifestación clínica más frecuente son los episodios muy dolorosos de artritis inflamatoria aguda.
Hiperuricemia
La hiperuricemia sostenida en el tiempo es el factor de riesgo más importante para el desarrollo de la gota. Factores como la edad, el sexo masculino, el estado menopáusico en las mujeres, la alteración de la función renal, la hipertensión y las comorbilidades habituales del síndrome metabólico son factores de riesgo, así como el uso de diuréticos, antihipertensivos, ciclosporina, bajas dosis de aspirina, consumo de alcohol y exposición al plomo.
Los altos niveles de ácido úrico no solo están influenciados por la alimentación sino también por otros factores como la herencia genética o la excreción renal. Existe una convicción consolidada históricamente de que la gota es fundamentalmente una enfermedad autoinflingida relacionada con un estilo de vida caracterizado por los excesos de comida y bebida, pero la práctica de hábitos saludables no suele ser suficiente para disminuir la uricemia por debajo del umbral de riesgo. En este sentido, la estigmatización de los pacientes de gota por la sociedad puede resultar en una atención sanitaria subóptima que incluso podría derivar en que los propios pacientes adquieran una perspectiva equivocada y no busquen el consejo médico que necesitan.
Comorbilidades (enfermedades simultáneas) y discapacidad
La gota está frecuentemente asociada a comorbilidades, especialmente a las siguientes:
Enfermedad renal crónica
Aumento del riesgo cardiovascular
Obesidad
Hipertensión arterial
Diabetes
Hiperlipidemia
La carga social de la gota se debe principalmente a la discapacidad que lleva asociada, lo que afecta también a la productividad laboral, especialmente en pacientes con gota no controlada. En los estadios avanzados de la gota se puede llegar a producir daño articular con erosión ósea no reversible, asociada a dolor crónico, funcionalidad gravemente comprometida y progresiva discapacidad.
Tratamiento de la gota
Si no se trata adecuadamente, la gota puede conducir a la perdida de funcionalidad en los tejidos avanzados y a una incapacidad tan severa como la artritis reumatoide avanzada.
Pero, antes que el tratamiento, es importante destacar que un adecuado control anual mediante analítica de los niveles de ácido úrico, colesterol, etc. es la mejor forma de profilaxis de este tipo de enfermedad y de otras que conforman el síndrome metabólico tan unido a esta patología y a los problemas cardiovasculares. Mantener en niveles adecuados estos parámetros es la mejor garantía de calidad de vida.
El tratamiento de la enfermedad de la gota en pacientes recién diagnosticados o pacientes no controlados, comienza por solucionar la fase aguda, donde el dolor y la inflamación son los primeros problemas a atajar. Paralelamente hay que comenzar a prevenir futuras recurrencias de estos ataques agudos mediante tratamientos que controlen los niveles de ácido úrico y los mantengan por debajo o igual a 6 mg/dl. La reducción de cristales de urato ayudará a prevenir tofos, bajar el riesgo de ataques agudos y disminuir el riesgo de morbilidad y mortalidad relacionado con la hiperuricemia.
Por último, un correcto abordaje del problema incluye la modificación de habitos de vida, alimentación y ejercicio que apoyen la medicación y devuelvan al paciente una adecuada calidad de vida.
Recomendaciones básicas
Llevar una dieta baja en purinas, aunque se ha de tener en cuenta que es difícil de cumplir y el beneficio es escaso.
Aconsejar la supresión del consumo de alcohol.
Aconsejar la pérdida de peso.
En los pacientes gotosos, es deseable una ingestión hídrica abundante (superior a 3 litros de agua al día).
Cabe enseñar a los pacientes con artritis crónica cómo realizar las actividades para limitar la carga de las articulaciones.
También deben tratarse la hipertensión, la hiperlipemia y la obesidad si se encuentran presentes.
Hay que tener en cuenta que la vida sedentaria predispone a la artritis, por lo que se ha de realizar algún tipo de ejercicio adaptado a las posibilidades del paciente.
En pacientes tratados con alopurinol, el farmacéutico debe indicar que no hay que interrumpir el tratamiento. También debe informar de que el alopurinol puede incrementar la frecuencia de los ataques agudos de gota durante los 6-12 primeros meses de tratamiento. Por esto, debe administrarse colchicina de forma preventiva durante los 3-6 primeros meses de tratamiento con alopurinol.
Si el paciente ha de usar un analgésico o antipirético, es preferible que el farmacéutico aconseje el paracetamol antes que el ácido acetilsalicílico.
Publicado en: https://www.dolor.com
Esta información en ningún momento sustituye la consulta o diagnóstico de un profesional médico.