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Cirrosis Hepática. Síntomas y complicaciones.

Cirrosis Hepática. Síntomas y complicaciones.

Cirrosis hepática, el hígado que no funciona

El hígado, uno de los órganos más grandes del cuerpo, está situado en la parte derecha del abdomen, debajo de las costillas.

Realiza innumerables funciones tan importantes como esenciales para la vida, entre las que podemos mencionar:

Eliminar las bacterias y virus, contribuyendo al control de las infecciones, así como de la presencia de partículas extrañas en el organismo.

Depurar las sustancias tóxicas que circulan por nuestra sangre.

Almacenar y liberar la glucosa, regulando el metabolismo energético del cuerpo.

Fabricación de proteínas que actúan fuera del hígado, como por ejemplo, en la coagulación.

Procesar los nutrientes, hormonas, medicinas y otros productos metabólicos.

Producir la bilis, esencial para la digestión, fundamentalmente de las grasas.

Sin embargo, algunas enfermedades crónicas, el abuso de alcohol, los traumatismos, ciertas toxinas u otros factores pueden inflamarlo y dañar su estructura y tejido hasta acabar causando una cirrosis hepática. Esto último sucede cuando la dolencia ha provocado tantas cicatrices en el hígado que este tejido ha sustituido al sano y el hígado ya no es capaz de regenerar las células dañadas. En este estado, la sangre no puede circular con normalidad por el órgano, que además pierde la capacidad de llevar a cabo sus funciones.

 

Más frecuente entre la población masculina

De acuerdo a datos publicados por la revista especializada “Farmacia Profesional”, la cirrosis está vinculada a 800.000 muertes al año en todo el mundo. Su prevalencia en Europa y Estados Unidos es de unos 250 casos anuales por cada 100.000 y es dos veces mayor en hombres que en mujeres.

La misma publicación estima que, en España, la cirrosis afecta a entre el 1% y el 2% de la población, y es más frecuente en varones mayores de 50 años.

 

¿Qué causa la cirrosis hepática?

La cirrosis tiene varias causas, pero las más comunes son:

El alcoholismo: consumir alcohol en exceso durante un tiempo prolongado -entre 5 y diez años- puede llegar a provocar cirrosis, aunque no todas las personas alcohólicas la desarrollan y las cantidades de consumo de riesgo varían en hombres y en mujeres. El principal problema de este tipo de cirrosis es que, una vez instaurada es irreversible, aunque se abandone el consumo de alcohol. El alcoholismo es la causa del 65% de los casos de cirrosis que se diagnostican en España.

La hepatitis C crónica: se trata de una infección del hígado que se transmite principalmente por el contacto con la sangre de una persona infectada. En el 4%-24% de los casos que se cronifican termina provocando cirrosis al cabo de 20 años de la infección. También pueden provocar la cirrosis la hepatitis B crónica y la hepatitis D.

Otras enfermedades: como la hepatitis autoinmune (provocada por un ataque del propio sistema inmunitario al organismo); trastornos del metabolismo, como el hígado graso o esteatosis no alcohólica y hemocromatosis (por exceso de absorción y almacenamiento de hierro en el organismo); enfermedades biliares; obstrucción del flujo venoso; consumo de drogas; y enfermedades degenerativas.

Cirrosis Hepática
Cirrosis Hepática

Provoca ictericia, hinchazón y hemorragias

Es común que los síntomas de la cirrosis no aparezcan hasta que la enfermedad alcanza etapas más avanzadas. En fases iniciales algunos de los síntomas son:

Debilidad y cansancio.
Pérdida de apetito.
Molestias digestivas.
Disminución de peso y de masa muscular.

A medida que la enfermedad va progresando, el paciente presenta limitaciones en su vida diaria y pueden aparecer los siguientes síntomas:

Ictericia: la piel y las mucosas se tornan amarillentas, porque el hígado es incapaz de eliminar la bilirrubina de la sangre. Esto puede producir picor en la piel.

Náuseas y vómitos.

Dolor abdominal e hinchazón, que produce la retención de sal y líquidos y la acumulación de estos en las extremidades inferiores (edema) y el abdomen (ascitis).

Sangrados frecuentes de las encías, hemorragias nasales y hematomas en la piel, que aparecen por golpes suaves, ya que la producción de proteínas necesarias para el proceso de coagulación se paraliza o ralentiza.

Cambios en la piel: como la aparición de vasos sanguíneos en forma de araña, sobre todo en las mejillas, el tronco y los brazos. También pueden enrojecerse las palmas de las manos y las uñas o adquirir un tono más blanco.

Disminución del deseo y/o de la potencia sexual: en el caso de las mujeres, también puede producirse pérdida de la menstruación y problemas de fertilidad.

Desnutrición y pérdida más acentuada de fuerza y masa muscular: sobre todo en las fases más avanzadas de la cirrosis, dado que la acción del hígado es básica en la absorción de nutrientes.

Numerosas y graves complicaciones

A medida que progresa, la cirrosis hepática puede presentar numerosas y graves complicaciones. Algunas de ellas son:

Ascitis y edemas: acúmulo de líquido en el abdomen, a veces, en grandes cantidades (ascitis) y/o en las extremidades (edemas). En ocasiones, el líquido del abdomen se puede infectar de forma espontánea, dando lugar a la llamada peritonitis bacteriana espontánea.

Hemorragias por várices esofágicas y/o gástricas: dilatación de los vasos sanguíneos del esófago (varices esofágicas) y/o del estómago (varices gástricas), que pueden llegar a reventar y producir hemorragias internas. Esto ocurre porque aumenta la presión en la vena porta (es decir, existe hipertensión portal).
Estas hemorragias se manifiestan con presencia de sangre en el contenido gástrico o en el vómito (que presentará un aspecto como en posos de café, si es que la hemorragia es más antigua, o con sangre roja, si es reciente) o en las heces, que se tornan negras y brillantes.

Encefalopatía hepática: se trata de la acumulación de toxinas en el cerebro, lo que puede provocar cambios en la personalidad, insomnio durante la noche y somnolencia o cambios de humor por el día. Incluso, puede tener lugar una disminución de la conciencia y llevar al coma.

Síndrome hepatorrenal: es el desarrollo de fallo en el funcionamiento de los riñones cuando el hígado ya está muy dañado y no funciona correctamente.

Cáncer de hígado: las personas con cirrosis pueden desarrollar un tipo de tumor llamado carcinoma hepatocelular, cuya mortalidad es bastante alta, pero puede tratarse.

Seguimiento estrecho y tratamiento individualizado

El tratamiento de la cirrosis se centra, por un lado, en ralentizar el avance de la enfermedad y, por otro, en tratar las patologías que la han causado cuando esto sea posible o las complicaciones cuando aparezcan.

Medidas de carácter general para ralentizar la evolución de la cirrosis: el paciente debe abandonar totalmente el consumo de alcohol, de drogas, de algunos medicamentos y de plantas medicinales. Igualmente, se debe prevenir la desnutrición mediante una alimentación equilibrada que, en algunos casos, puede precisar un mayor aporte de proteínas. En caso de que existan estados carenciales de vitaminas, sobre todo las B, C, K y ácido fólico, puede ser necesaria la ingesta de suplementos.

Seguimiento estrecho de los síntomas que vaya presentando el paciente, controles analíticos, que variarán en función de las causas y su evolución, y ecográficos, o incluso endoscópicos, para el control de las varices esofágicas -si estuvieran presentes- y prevención del sangrado.

Tratamiento farmacológico, que es preciso individualizar para cada paciente y en función de su momento evolutivo. La presentación de complicaciones requerirá la utilización de fármacos o medidas terapéuticas específicas en cada caso.

Trasplante hepático: indicado en pacientes en situaciones en las que la función del hígado está muy dañada, existe afectación de la función renal o en algunos casos de carcinoma hepatorrenal. La selección de los candidatos a trasplante hepático requiere un estudio pormenorizado de los distintos factores de riesgo y el estado de salud general del paciente.

Diez recomendaciones en el cuidado de la cirrosis hepática

  1. Elige comer más a menudo pero menores cantidades.
    Es preferible que hagas cinco o seis comidas a lo largo del día y evites los periodos de ayuno prolongado. También procura realizar una pequeña ingesta antes de ir a dormir. Consulta con tu médico lo que mejor te puede venir en función de tus necesidades.
  2. Come de todo y aumenta la fibra.
    Toma carnes, pescados, legumbres… pero también abundantes frutas, verduras y cereales integrales, cuya fibra te ayudará a evitar el estreñimiento. En cualquier caso, trata siempre de comer despacio y masticar bien los alimentos. Consulta en caso de intolerancia o alergia a algún alimento.
  3. Hidrátate adecuadamente siguiendo las instrucciones de tu médico.
    Aparte de la leche, infusiones, caldos o zumos, bebe agua regularmente. El café y el té debes tomarlos con moderación y, por supuesto, cualquier bebida alcohólica está prohibida.
  4. Regularidad en tus deposiciones.
    Es deseable ir al baño al menos una vez al día, por eso es importante que tu dieta sea rica en fibra y, si es necesario, toma los laxantes que te prescriba tu médico.
  5. Vigila tu orina.
    Controla su olor, aspecto, cantidad y frecuencia, así como tu peso y la hinchazón de tu abdomen y piernas, porque ello te aporta valiosa información sobre el control de tu enfermedad. Si observas cambios consulta con tu médico y si tomas diuréticos, hazlo mejor por la mañana o al mediodía, para que puedas descansar bien por las noches.
  6. Cuida tu piel.
    Ya que la cirrosis puede resecarla y adelgazarla, es conveniente que la hidrates con una crema o loción dos veces al día, después de la ducha de la mañana y antes de acostarte. También, hidratarte adecuadamente te ayudará a mantener tu piel sana.
  7. Controla el picor.
    En ocasiones, la acumulación de bilis provoca una coloración amarillenta en tu piel y puedes notar picor. Por eso, es conveniente elegir colonias no perfumadas, evitar el agua muy caliente, los alimentos irritantes como el café, especias, y mantener las uñas cortas para evitar lesiones por rascado que luego se pueden infectar.
  8. Evita las caídas.
    Pueden descompensar la enfermedad y aumentar el riesgo de ingreso hospitalario. Sobre todo si tienes más de 65 años, estás débil o tomas medicación que pueda causarte somnolencia, conviene que camines con un bastón o andador, evites los tacones y lleves suelas de goma que no resbalen, entre otras precauciones. Mantén tu casa bien iluminada, pon especial atención en el baño y levántate con cuidado.
  9. Practica ejercicio físico.
    Adaptado a tus posibilidades y tolerancia al esfuerzo, ya que el ejercicio es beneficioso en general y también para las personas con enfermedades crónicas, incluida la cirrosis.
  10. No permitas que la cirrosis se convierta en el centro de tu vida.
    Sigue haciendo las cosas que te gustan, solo tienes que adaptarlas a tu nueva situación. Si lo necesitas, pide ayuda a tus amigos y familiares o, si te sientes triste o enfadado, no dudes en buscar consejo profesional.

Fuentes

  • Asociación Española de Enfermería de Patología Digestiva (AEEPD)
  • Fundación para el Desarrollo de la Enfermería (Fuden). “Guía de cuidados para pacientes con cirrosis hepática y sus familiares”. Grupo de trabajo de la AEEPD. Coordinadora. Eva María Román Abal.  Madrid, mayo de 2016.
  • Revista “Farmacia Profesional”. “Cirrosis hepática. Actualización”. Adela-Emilia Gómez Ayala. Doctora en Farmacia. Vol. 26, Núm. 4. PP. 45-51. Julio-Agosto 2012.
  • Clínica Universidad de Navarra (CUN). “Saber más sobre la cirrosis hepática”. Dr. Jorge Quiroga Vila. Especialista Unidad de Hepatología.
  • Hepatitis C Support Project. Hoja informativa “¿Qué es la Cirrosis?”. Autor: Alan Franciscus (Editor Jefe). Abril de 2015.
  • National Institute of Diabetes and Digestive and Kidney Deseases (NIDDK). Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos (NIH). “Cirrosis”.
  • Atención Primaria en la red. “Complicaciones de la cirrosis hepática”. Fisterra.com
  • Atención Primaria en la red. “Información para pacientes sobre cirrosis hepática”. Fisterra.com

 

Publicado en: cinfasalud.com

Esta información en ningún momento sustituye la consulta o diagnóstico de un profesional médico o farmacéutico.

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